Me topé casi por casualidad con La fórmula preferida del profesor (título original: 博士の愛した数式, Yoko Ogawa, 2003) y tras cotejar algunas opiniones me decidí a leerlo. Pero la lectura me ha producido sentimientos encontrados, el estilo me ha parecido destacable, igual que la trama en general, pero hay algunos elementos que no me han terminado de gustar.
La novela narra momentos de la vida de una mujer, madre soltera, centrándose casi por completo en una etapa en la que trabajaba como asistenta en la casa de un anciano profesor de matemáticas cuya memoria, a raíz de un accidente, no puede almacenar más de ochenta minutos. Me ha gustado bastante el estilo: ágil y directo, sin entretenerse en exceso en los detalles pero con los suficientes como para conseguir una visión completa de lo transmitido de forma amena.
Está muy bien el aire metafísico que adquieren las matemáticas en la trama, gracias al proceso de resolución de problemas -matemáticos, valga la redundancia- y la explicación de distintas teorías y curiosidades sobre la disciplina. En general bastante simples, pero sobre todo resulta interesante el poder que se les otorga al mostrarlas como causa posible de que cambie la visión del mundo de una persona, y por extensión de que cambie su vida; como hace la protagonista al aprender a relativizar sus problemas más cotidianos.
Los problemas de memoria del profesor resultan más un recurso para acentuar su excentricidad que otra cosa. A causa de su problema, durante los últimos años de su vida su desconexión con el mundo la suple con las matemáticas, ya que las usa como un lenguaje propio.
Lo que quizá me ha gustado menos es que el papel de la asistenta termina en un segundo plano. Ella es la narradora, pero a pesar de participar en el mundo y la historia parece que su cometido no vaya más allá de ser la excusa por la que se conocen el profesor y su hijo. Todo lo que hace es reverenciar el genio del profesor y soportar todo lo que éste y su hijo le hacen. Los personajes no tienen nombre, sólo el hijo un apodo, y este recurso difumina aún más su presencia en la narración. Sí, ya he comentado que experimenta cierto crecimiento personal, pero al lado de los otros dos personajes me ha parecido más bien pobre; igual ha sido mi lectura.
Porque la relación que queda más expuesta en el libro es la que se desarrolla entre el hijo y el profesor. Se alcanza un afecto paterno filial en el que las carencias del profesor se alivian con conversaciones sobre beisbol y matemáticas, temas que sirven de nexo entre ambos. Y da la impresión de que la mujer participa más bien de lejos, porque el vínculo con ella no se hace tan fuerte.
Una cosa concreta que mientras leía no me gustó pero después pude llegar a entender es la expresión Cuaderno de Dios, algo que en nuestra cultura tiene un significado -o como mínimo reminiscencia- bastante obvio, pero que resulta ser recurrente entre los matemáticos. Aun así, su uso y contexto han impregnado mi lectura de una pátina religiosa innecesaria para mi gusto.
Para concluir, es una novela ligera y bastante corta, agradable de leer pero que los mencionados puntos menoscaban como experiencia completa. No obstante, la divulgación matemática y la visión filosófica que se le otorga a la disciplina es muy interesante, y es capaz de conmover con la manera de narrar las pequeñas cosas que influyen en las relaciones, así que cada cual puede decidir si le da una oportunidad o no.
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